Desde tiempos inmemoriales, perdidos en las historias más inverosímiles, los daemons o daimonions, como erróneamente se les viene llamando desde hace varios años, han acompañado al ser humano a lo largo de su travesía en esta dura vida. Quizás el vocablo, sobre todo el segundo, os recuerde cierta trilogía llevada al cine hará poco tiempo: La Materia Oscura. En resumidas cuentas, su autor, Phill Pullman, creó en esa saga un mundo paralelo, donde el ama de las personas coexistía con ellas exteriormente, como dos formas de vida independientes en cuerpo y naturaleza, pero unidos por un sagrado vínculo de gran poder y fuerza. A esta exteriorización le dio el nombre griego de daemon, y su más destacable cualidad: la de asumir formas animales acordes al carácter del propio humano al que acompañan; además de diferenciarse en dos amplias clases: los inestables, mudables en formas según el ánimo de su compañero y pertenecientes a los niños aún no constituidos moralmente, y los estimados daemons estables, de las personas adultas, cuyo caracter a sido ya definido.
Sin embargo esto no deja de ser una ficción mezclada con la verdad, creada por Pullman. y nada más lejos de la realidad. El daemon data de mucho más antiguo, siendo Grecia, la tierra de los grandes filósofos su cuna. Eran tenidos en gran alta estima como benévolos espíritus cuya principal función en nuestro mundo era guiar al humano a lo largo de sus acciones y decisiones. Poco se sabe sobre ellos, que son realmente, de donde vienen, si son conexiones con los dioses, si son solo algo particular al hombre... Y, lamentablemente, han sido ignorados a pesar de su aparición en textos filosóficos, maltratados y olvidados según el paso de la historia...
Pero dejemos por ahora la biografía daemonica para establecer lo esencial: ¿qué son?, ¿cual es su función?, ¿existen?
Resulta sumamente dificil explicar con palabras algo que solamente se siente y que, a nuestro pesar, no se percibe a simple vista. Quizás mencionar al maestro Sócrates y su opinión al respeto ayude en esta cruzada. Para él, el daemon no solo era un mero espíritu guiador, sino una inestimable conexión con los dioses, y el bien. Achacaba una insistente vocecilla interior capaz de alcanzar límites irritantes con tal de hacerle rectificar actos erróneos o poco precisos, con el concepto daemonico.
A grandes rasgos, y sin profundizar en demasía, el daemon bien puede ser, y sin lugar a muchas dudas, la conciencia, ese Pepito Grillo particular, que nos persigue obsesivamente durante toda nuestra vida, haciéndonos dudar, reprochándonos según que acciones, según que decisiones... En definitiva, ese otro YO, que aparece en los momentos más adecuados, o inadecuados, dependiendo de como se mire, para sembrándonos la semilla de la duda con respecto a nuestra forma de vivir.
Sin embargo, tachar al daemon como un ser de dibujos quizás sea pecar de confiado y desvirtuar su concepto en demasía, con tal de acercarlo a nosotros. Con ejemplos quedaría más claro su función para con nosotros, y su presencia; y el ejemplo llegará, pero aún queda por explicar más acerca de su forma.
El ejemplo de Sócrates, con su voz interna, resulta perfecto para explicar como funciona un daemon... Y para asegurar su existencia. ¿Nuca lo habéis sentido? Ahí, esperando, aguardando para asaltaros cuando una decisión ha de llevarse a cabo, argumentando pros y contras diferentes a aquellos que nosotros somos capaces de ver. Una segunda voz, personal, audible solo para quienes se detienen a escuchar... Es algo excepcional, algo existente solo en los seres humanos, lo que nos separa del resto de animales, aunque no por ello, precisamente, nos haga mejores. El mundo exclama ¡Lo que realmente nos separa del reino animal es nuestra capacidad de raciocinio, el conocimiento de la propia identidad! Y de la razón surge el daemon, de nuestra capacidad no solo de pensar, sino de observar las cosas, los objetos desde una perspectiva no-subjetiva, como los animales, sino más cercana a la objetividad.
No obstante, no dejamos de ser animales en parte, y ahí es donde entra el juego del daemon. No es un ser imaginario, no es un amigo, ni el alma, como Pullman ideó; es solo una parte de ella, una parte de nosotros mismos. Un apéndice más, como los dedos, pero carente de consistencia física, de presencia solida. Es nuestro y solo nuestro, cada uno elabora el suyo propio, con unas características, con una suerte de variaciones en cuanto al momento de aparición, de insistencia... Pero su funcionalidad no deja, nunca de ser la misma: ¿He de hacer algo, he de dejar de hacerlo? ¿Y si lo hago, como debo actuar, que acciones he de tomar; como repercutirán estas en mi vida de aquí en adelante? Es entonces cuando surge el daemon con su más impresionante fuerza, y nadie escapa a su aparición, pues no existen métodos para acallar su voz, más allá de la propia decisión de ignorarlo.
Uno de los más claros ejemplos en nuestra vida, donde el daemon aparece irremediablemente, sería al siguiente. Imaginaros que, a lo largo de un mes, habéis reunido en vuestro poder más de 100 euros (pesos, dólares... lo que sea, pero una buena cantidad de ellos) A continuación, ¿no os pasa? ¿No comenzáis a preocuparos, a preguntaros que hacer con ese dinero? Quizás deberíais guardarlo, ahorrarlo para momentos de necesidad, pero, ¿y aquel conjunto tan mono del otro día?, o el libro aquel tan interesante. ¿He de gastarlo, he de conservarlo? ¿Qué consigo con cada decisión? Y si decido gastarlo ¿en qué? ¿Me es más importante vestir algo nuevo, o merece más la pena pasar un buen rato leyendo?
Siempre, en estas situaciones, surgen dos tipos de argumentos, dos voces similares, que dejan de ser una misma, pero que cuestionan las decisiones de la otra sin necesidad de herir o atacar al rival; cada una con sus pros a favor, con sus contras... El vestido es bellísimo, destacaría en mitad de una fiesta, despertando la envidia de mis iguales; pero la trama del libro podría hacerme pasar un mejor rato, en caso de verme obligada a permanecer en casa. Uno ayuda a realizar vida social, pero el otro me animará en la soledad. Ambas igual de validas, pero dos al fin y al cabo. Discernir entre ellas la propia voz y la del daemon, es una ardua tarea, difícil y normalmente ambigua, llena de autoevaluación, paciencia, y ganas de averiguar más sobre uno mismo... y sobre el ser humano en general...
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¡Hola!
Soy Deymi, del foro de los daimonions.
Pasaba a comentarte después de leer tu post, es genial, muy bueno, estaré al pendiente de tus publicaciones.
Aid: Hi! Me ha encantado el foro ^^ seguiremos pasándonos por aquí, que estén bien y cuídense mucho =)
ATTE:
Deymi & Aidreax
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